Contaminación transgénica
extendida:
En noviembre de 2001, los
fitogenetistas de Berkeley, Ignacio Chapela y David Quist, publicaron un
informe en Nature presentando
pruebas de que razas criollas de maíz cultivado en regiones remotas de México
habían sido contaminadas con transgenes, a pesar de que se había establecido en
el país una moratoria oficial al cultivo de maíz transgénico.
Esto desencadenó un ataque
concertado de científicos pro-biotecnología, que se alega fue orquestado por
Monsanto . En febrero de 2002, Nature retiró su apoyo al documento, un
acto sin precedentes en toda la historia de la publicación científica para un
documento que no era incorrecto ni había sido impugnado en su conclusión
principal. Ulteriores investigaciones por parte de científicos mexicanos
confirmaron el hallazgo, demostrando que la contaminación era mucho más extensa
de lo que se había sospechado previamente. El 95% de los sitios donde se
tomaron muestras estaban contaminados, con grados de contaminación que variaban
del 1% al 35%, promediando de 10% a 15%. Las compañías involucradas se han
negado a brindar información molecular o sondeos para la investigación, lo que permitiría
identificar cuáles son las partes responsables por los daños causados. Nature
se negó a publicar esos resultados confirmatorios.
Un factor importante
considerado por el informe Innovest (ver más adelante) – que condenaría a
Monsanto– es la importante pérdida del inversionista que resultaría de la
contaminación transgénica no intencional. La contaminación es
inevitable, se establece en el informe, y podría causar la bancarrota de Monsanto
y otras compañías biotecnológicas, dejando que el resto de la sociedad
resuelva el problema.
Según Ignacio Chapela, quien
se encuentra atrapado en la controversia resultante y con su cargo en la
Universidad pendiendo de un hilo, la contaminación transgénica en México sigue
creciendo. La extensión de la contaminación de semillas no transgénicas es
alarmante. Se dice que un vocero de Dow Agroscience declaró en Canadá
que “todo el sistema de semillas está contaminado”. El Dr. Lyle Friesen, de la Universidad
de Manitoba, probó 33 muestras que representaban 27 razas de semilla de colza
de pedigrí y encontró 32 contaminadas.
Las pruebas sobre el
movimiento del polen revelaron que el polen de trigo permanece en el aire como
mínimo durante una hora, lo que significa que podría ser llevado a enormes
distancias, dependiendo de la velocidad del viento. El polen de colza es aún
más liviano y puede permanecer en el aire de 3 a 6 horas. No es nada raro que
haya vientos de 50 kilómetros por hora, lo que “convierte en una verdadera
burla que la distancia de separación sea de decenas o incluso cientos de
metros”, comentó Percy Schmeiser, famoso agricultor canadiense a quien el tribunal
de Canadá le ordenó pagar “daños” a Monsanto, a pesar de haber argumentado que
el cultivo transgénico de su vecino le había contaminado sus campos. Schmeiser
perdió la apelación ante el Tribunal Federal, pero obtuvo el derecho a ser oído
en el Supremo Tribunal de Canadá. Los agricultores orgánicos de Saskatchewan
también iniciaron una acción legal contra Monsanto y Aventis por contaminar sus
cultivos y arruinar su calidad de orgánicos.
En mayo de 2000, la Comisión
Europea ordenó al Instituto de Estudios de Prospección y Tecnológicos (IPTS en
inglés) del Centro Común de Investigación (JRC) de la UE, el estudio de la
coexistencia de cultivos transgénicos y no transgénicos. Una vez terminado, el
estudio fue entregado a la Comisión Europea en enero de 2002, con la
recomendación de que no se hiciera público. El estudio silenciado, que
se filtró y llegó a Greenpeace, confirmó lo que ya se sabe: que en muchos casos
la coexistencia de la agricultura transgénica y no transgénica u orgánica es
imposible. Incluso en los casos en que fuera técnicamente posible requeriría
medidas costosas para evitar la contaminación y aumentaría los costos de
producción de todos los agricultores, especialmente los pequeños.
La contaminación transgénica
no se limita a la polinización cruzada. Nuevas investigaciones demuestran que
el polen transgénico esparcido por el viento y depositado en distintos lugares
o caído directamente al suelo, es una fuente importante de contaminación
transgénica. Ese tipo de ADN transgénico ha sido encontrado incluso en campos
donde nunca se habían plantado cultivos transgénicos, y se reveló que las
muestras de suelo contaminadas con polen transfieren ADN transgénico a las
bacterias del suelo.
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